River en el Mundial de nubes
La pausa para enfriar que nos calentó y lo que sobrevive de un equipo tiroteado. Mi aporte para la hazaña: línea de cinco. Además: diario de viaje y cosas que te pasan si estás en Los Ángeles.
Este newsletter no tiene sponsors y nunca hice un canje, pero necesito hablar bien de Powerade para contar lo que vi desde la tribuna. A los treinta minutos del primer tiempo, créanme que el cooling break no tenía sentido. Eran las 18:30 y el pasto entero ya estaba ganado por la sombra, y esa sombra daba lo que los argentinos llamamos un fresco agradable, lejos de cualquier prejuicio del calor californiano, ideal para pasear por Venice Beach con un sweater en el hombro o, mejor aún, para jugar al fútbol, para correr sin ahogarse, para querer la pelota sin quejas.
A este deporte se juega de corrido, porque parte de su chiste es que hay que pensar sin frenar para pensar. El único sentido de ese corte era comercial y profundamente yankee. Por las pantallas del estadio se avisó que el recreo estaba auspiciado por la bebida isotónica, y mientras tanto los parlantes se encendieron otra vez con la voz del animador, que preguntaba a cada rato qué afición hacía más ruido, con un medidor de decibeles que, oh casualidad, daba empate en 110 ó 112 en la escala del sonido, para que las hinchadas se sintieran interpeladas a gritar más. Los jugadores, mientras tanto, abrían las heladeras azules de Powerade, y supongo que la transmisión oficial de la FIFA aprovechó para venderle ese minuto y medio a otras marcas de cada país que también quisieran firmar el vacío de esa pelota parada.
Pero eso no importa ahora. Lo que importa es que ese corte, que no servía para nada, sirvió para mucho. Hasta entonces, River se había perdido después de unos buenos cinco minutos de arranque, y el partido se le había vuelto una pesadilla creciente, cuyo epicentro era que la cancha no tenía epicentro y que el mediocampo se había vuelto una autopista en contramano. Cada contraataque de Monterrey dejaba a los cuatro volantes blancos pagando y a los cuatro azules desbocados, como mensajes de Whatsapp en 1.5, dándonos la sensación y el vértigo de que todo podía terminar en el galope de Lucas Ocampos, esa nostalgia de nuestra B, o en el envión del español Sergio Canales, con lo simpáticos que son los canales de Venice Beach, o lo dulces que eran los bizcochos Canale, pero lo amargo que hubiera sido que de esa zurda viniera un gol de ellos. Pero Armani la tapó con el cuerpo y el cooling break finalmente la contuvo con jugos azules, antes de que el desembarco mexicano se volviera una invasión.
Gallardo había decidido emparchar la lesión de Driussi con un cuarto volante, Meza, y además se había ocupado de la intermitencia de Nacho reemplazándolo con Galoppo, más defensivo. Estaba bien. O bien pero no tan bien. Es difícil entender qué salió mal de esa cuenta, pero a veces la formación de un triple cinco no te da la pelota y el freno sino caos y autodestrucción. Todos los jugadores estaban sufriendo eso, porque apenas el árbitro dio el corte para la reposición de minerales, los nuestros se juntaron al borde del banco de suplentes y alrededor de Gallardo. A escuchar. Estaban abajo mío, a varios metros, y no tengo el superpoder de Mariano Closs para leer los labios, así que no sé qué les dijo el Muñeco, pero sé que les habló con calma, sin gesticulaciones para la tribuna, y que el partido fue otro después de ese paréntesis.
Quizás la marca de bebidas no resolvió nuestra falta de marca, pero llevó el hilo del relato a otro lado y convenció a los jugadores de que el camino para encontrar el partido era buscándolo. Así, el equipo tuvo tres situaciones de gol claras en el tramo final del primer tiempo, y Gallardo tuvo la audacia de no tocar nada en el vestuario posterior, cuando todos todavía pensábamos que algo había que hacer, que había que sacrificar a alguno de la línea del medio y que Galoppo tenía todos los números del sorteo.
River siguió haciendo fouls cantados por llegar un segundo tarde a las pelotas de nadie, de esas en que el estadio entero se da cuenta dos metros antes de que el marcador no va a querer sino a romper. Hizo muchas faltas, y a los quince minutos del segundo tiempo ya tenía al mediocampo entero bien amonestado, pero la disposición ya era otra.
La transición entre aquella barranca abajo y lo que vino después se sostuvo en la dupla de centrales liderada por Paulo Díaz, que va al frente con la cabeza, con el pecho o con los pies cada vez que lo apuntan. Nunca tuvo que haber salido del equipo y no va a salir más en el torneo, dure lo que dure River.
En la otra punta, Colidio siguió siendo el jugador más claro, siempre lúcido para imaginar soluciones a cada encierro y hábil para ejecutarlas, y Mastantuono, donde sea que esté su mente si es que no está acá, sigue jugando a otra cosa. Hoy fue el único que cada vez que se encontró una pelota en mitad de cancha pensó en cómo limpiarla para empezar una jugada nueva, que viajara al ras del pasto y hacia delante. Esa obstinación por el juego parece propia de un menor de edad pero impropia de alguien tan presionado, y un doble mérito cuando la mayoría de sus compañeros se encuentran cosas picando y las convierten en platos voladores para que se arregle otro. La sutileza de Mastantuono, su condición de crack, es difícil de anotar si uno se concentra en los finales de las jugadas, en que no siempre encuentra los huecos o el pase justo, pero los dotes de un creador se ven sobre todo en el origen, cuando la habilidad se junta con la intención.
Mientras tanto, más peloteado y cansado, el equipo de Monterrey sostuvo para siempre el numerito de circo entre Sergio Ramos, que no necesita presentación, y Andrada, el arquero al que recordamos con cariño porque aquel penal que le hizo a Pratto y no cobraron al final no importó demasiado. En el partido que importaba ahora, con perdón de la digresión, lo que pasó es que en cada saque de arco el uno amagaba con pasársela al central, pero el central le pedía que le alcanzara la pelota con la mano para iniciar él, y así le daban play a una serie de toques desde el centro hacia el costado izquierdo y desde el costado hacia el centro, sin equivocarse nunca salvo por una que el español le regaló a Colidio y que no prosperó.
La escena repetida decía más de las intenciones de Monterrey que de sus virtudes, porque esos comienzos nunca derivaron en ataques coordinados, y en el segundo tiempo todo lo mexicano o español fue inofensivo. Tanto que hubo una jugada en que el director técnico guardó una pelota abajo del pie para retrasar el juego y Gallardo fue corriendo hasta su puesto para sacársela y patearla a la cancha.
La hinchada rayada, moldeada por el show al estilo soccer, se excitó cada vez que su equipo tuvo un córner, coreando el nombre de Sergio, y se volvió a sentar cada vez que esos córners fueron a parar a otras cabezas. Gallardo tomó el riesgo de marcar al español en zona y no sabemos si le salió bien porque ninguno de los centros le cayó cerca. Todas las veces, nosotros volvimos a respirar.
De entre la tensión y los giros del partido surgieron otras buenas noticias, la mejor de las cuales puede haber sido que Borja volvió del destierro capaz de jugar, algo que ya parecía fuera de su repertorio. Descolgó, giró, miró para los costados, dio. Sus veinte minutos incluyeron dos jugadas de gol que definió mal, pero también la concentración de la energía que le pedía el partido, sobre todo cuando Castaño fue expulsado y lo que más necesitaba River era que la tarde terminara en paz. Es decir, sin goles en contra.
La tarde terminó así, pero ahora todo es confuso. Nadie había calculado que podíamos llegar al partido contra Inter con ellos todavía no clasificados, ni que el Monterrey iba a ser tan parte del grupo, como un amigo que se coló en el viaje y ahora quiere estar en todas las selfies. Tampoco sabíamos que Urawa tenía alguna cosa para opinar, y que aún opinando se iba a quedar sin letra para la última fecha, cuando nosotros necesitemos que haga más quilombo que el que ya hizo. Va a haber que estar en dos estadios a la vez, va a haber que hacer cuentas, va a haber que transpirar. En Seattle hace más frío todavía, pero en algún momento vamos a necesitar el cooling break. Que auspicie este momento Powerade, nomás, que nosotros tenemos cosas que hablar.
DIARIO DE VIAJE
[Día 3]
En la cancha me encontré con Pablo, que alguna vez pasó por mi taller de escritura en Buenos Aires. En su momento quisimos hablar de otras cosas, creer que nos importaban otras dimensiones de la vida, pero todo, todo el tiempo, nos lleva a River, y venimos a cruzarnos en la platea del Rose Bowl, rodeados de mexicanos, confirmándose que al final juega el chileno y asintiendo con la cabeza porque está bien. Ayer en la playa también me encontré con gente a la que relaciono directamente con River. No sé bien dónde viven ni de qué trabajan, si tienen hijos y cuántos, pero sé que son gallinas y que podemos saludarnos reconociéndonos eso: es lindo ser de River. Es más lindo que no serlo.
También es lindo el estadio Rose Bowl, la llegada entre montañas y palmeras, el recuerdo de la peor final de la historia de los mundiales de selecciones, aquel 0 a 0 de Brasil e Italia en 1994. Pensé en Roberto Baggio cuando entré, en el penal que tiró afuera, y me dio una lástima retroactiva, porque yo tenía diez años y durante ese mes fui fanático de Romario y de Bebeto, de los festejos en que alzaban algo que no se veía. Yo lo veía. Ahí aprendí que al fútbol se juega como Brasil, y más adelante iba a aprender que sólo los brasileros juegan así, que si uno es otra cosa tiene que jugar a otra cosa.
Hoy levantamos campamento y salimos de road trip hacia San Francisco, para volar de ahí a Seattle y estar un día antes del partido. Me dijo Pablo que la ruta costera está cortada a la altura de Big Sur, donde el auto le pasa cerca a los acantilados de Big Little Lies, aquella serie de Nicole Kidman, así que tenemos que debatir con ChatGPT cuál es el mejor camino.
El miércoles es mi cumpleaños y me di cuenta recién ahora, cuando miré el calendario de River y leí la fecha del partido, 25 de junio. Nunca me pasó algo así. Los días previos a cumplir años siempre me generan una tensión y una expectativa, la fantasía de que va a pasar algo, pero esta vez va a pasar otra cosa. Ya dije en el texto de arriba que va a haber que estar en dos estadios a la vez, que va a haber que hacer cuentas, que va a haber que transpirar. Habrá un plano en que yo esté en Buenos Aires, comprando quesos y salamín para recibir a algunos amigos en casa, y habrá otro en que yo esté en Seattle, la ciudad de The Killing, debatiendo desde el desayuno si el Muñeco arregla el lío de volantes inhabilitados por amarillas y rojas con línea de cinco defensores.
Diría Borges: así mi vida es una fuga y todo lo pierdo y todo es de River, o del otro José. No sé cual de los dos escribe este newsletter.
Combato el jetlag y sigo. Con los botones de abajo me dicen que pasaron un buen rato leyendo y que quieren volver a leer. Yo voy a seguir igual, pero es más lindo jugar con el estadio lleno. Gracias al que venga, de verdad.
ENCUENTRE A SUS ÍDOLOS
NADA QUE VER CON NADA
Cada vez que pasa un self-driving car nos quedamos hipnotizados mirando qué hace, qué no hace, si hay alguien en el asiento de atrás. Se captan desde lejos porque tienen cámaras adelante y a los costados, y un gorrito en el techo que gira como un ventilador, supongo que escaneando la vida para ser parte del tráfico pero no chocar. Se ve el volante girando solo, manejado por la nada, y el futuro de las generaciones que vienen preguntándonos absortos cómo es que a veces íbamos a lugares maniobrando nosotros, haciendo el esfuerzo de los pedales y de la atención tensa, si todo eso lo podía hacer el aire. En el video, mi viejo retrasa mínimamente el avance del no-conductor y la señora de atrás le da bocinazos a la nada. Extraño a Ray Bradbury.
No me quiero quedar con la opinión de Twitter, y sí con la de la cancha , donde sí se ve fútbol. Para mí River no jugó mal, planteó el partido sabiendo que tenía que evitar que lo atacaran en espacio abierto y por eso puso los volantes así. Tuvo chances claras para meter algún gol y tuvo una hora de juego muy tranquila Armani. Ahora habrá que ver cómo armamos el medio y estar a la altura el miércoles
Unica chance: poner un equipo rápido y jóven. Cero posibilidad de que MG lo haga.
Franco.
Cachete/MC/Paulo/Acuña
Aliendro/Krane/Constantini
Mastan/Colidios/Subiabre